Hay días en que se siente el peso cuando eres madre de familia y todo te fastidia, como cuando estás en el teléfono y uno de los chicos entra a decirte que si lo puedes llevar a tal lado, o el bebé llora, que si le das esto o aquello, como si no fuera obvio que en ese momento estás ocupada y por dentro piensas: "¿qué no ves que estoy en una llamada?", obviamente no, ni lo toman en cuenta; igual si estás cocinando, o limpiando, recogiendo los juguetes por tercera vez en el día, lavando un plato, cambiando un pañal...; parece que fueras una persona invisible; la mamá invisible.
Algunos días se siente como si fueras sólo un par de manos... ¿me arreglas esto?, ¿me abres aquello?, ¿me amarras acá?, ¿me cambias?, ¿me bañas?, ¿me limpias?... Otros días me he sentido un reloj que sólo da la hora... o la guía de canales de televisión. He estado segura de que estas manos que alguna vez sostuvieron libros entre sus manos, hicieron excelentes trabajos en la universidad, y recibieron el título universitario, se han perdido entre huevos fritos, arroz y guisados, pañales y el volante del auto.
Una noche asistí a una reunión de amigas para dar la bienvenida a una de ellas que volvía de un viaje increíble; estaba ahí sentada y en un momento empecé a comparar mi vida con la suya y no pude dejar de compadecerme; de pronto, ella se me acercó con un paquete envuelto para regalo y me dijo: te traje este libro de las más hermosas catedrales en Europa; de repente no entendí por qué me lo había traído; llegué a mi casa, lo abrí y la dedicatoria era: "Con admiración, por la grandeza de lo que está construyendo cuando nadie la ve".
En los días posteriores me devoré el libro, y descubrí en él verdades que cambiaron mi vida. Nadie puede decir con certeza quiénes construyeron estas magníficas catedrales, no se tiene registro de sus nombres.
Estos constructores trabajaron toda su vida en una obra que nunca verían terminada; hicieron grandes esfuerzos y nunca esperaron crédito. Su pasión por el trabajo era alimentada por su fe y por la convicción de que nada escapa a la mirada de Dios.
El mismo libro cuenta la anécdota de un hombre poderoso que fue a supervisar la construcción en una de estas catedrales, ahí se encontró con uno de los trabajadores que tallaba un pajarito en una de las vigas de madera que sostendrían el techo, curioso le preguntó que por qué perdía su tiempo tallando esa figurilla en una viga que nadie vería, ya que sería cubierta con yeso, y ante esto el hombre le respondió: "porque Dios sí lo ve".
Cuando terminé el libro, todo tuvo sentido; fue como si escuchara la voz de Dios murmurando en mi oído: "ya ves, hijita, ningún esfuerzo o sacrificio que haces pasa inadvertido a mis ojos, aun cuando estés realizando tus labores en soledad; ningún botón que pegues, ningún huevito revuelto que hagas es un acto demasiado pequeño para que yo no lo vea y eso me haga sonreír. Estás construyendo una gran catedral, sólo que ahora no puedes ver en lo que tus esfuerzos se convertirán".
Ahora entiendo que ese sentimiento de "invisibilidad" que sentí no era una aflicción, era el antídoto para mi egoísmo y mi orgullo; era la cura para el querer estar siempre en el centro. Me ha ayudado mucho a ubicarme el verme a mí misma como una constructora. El autor de este libro dice que en la actualidad no se construyen este tipo de edificios porque ya no hay personas con ese espíritu de sacrificio, que estén dispuestas a dar su vida en una labor que a la mejor nunca verán concluida.
Cuando pienso en eso, sólo deseo que en el momento en que mi hijo invite a sus amigos a la casa, no les diga: "te invito porque mi mamá se levanta a las ocho de la mañana a hacer un rico desayuno, además plancha personalmente los manteles en los que nos sirve su sabrosa comida y ordena la casa tres veces al día"; porque eso sería estarme construyendo un monumento a mí misma; no, lo que deseo desde el fondo de mi corazón es que mi hijo les diga: "te invito a mi casa porque ahí te la vas a pasar muy bien".
Mi meta es hacer de mi casa un verdadero hogar, un lugar a donde mis hijos quieran llegar porque puedan estar felices y relajados y, que por esa razón, quieran traer a sus amigos.
Como madres de familia, estamos construyendo grandes catedrales; niñas-mujeres y niños-hombres de bien; almas que vayan al cielo y lleven entre sus manos a todos los suyos. Mientras laboramos no podemos estar absolutamente seguras si lo estamos haciendo bien, pero un día, es muy posible que el mundo se maraville, no sólo por lo que habremos construido, sino por el bien y la belleza que habremos aportado, por todo el trabajo silencioso de las "madres invisibles".
Fuente: nos llegó por email
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